miércoles, 15 de noviembre de 2017

Cuatro aspectos que rara vez encuentro en recientes novelas y que echo de menos


He optado por cambiar ligeramente la apariencia del blog, de modo que sea más cómodo y estimulante tanto para mí como para vosotros. Así, esta es la primera entrada de una serie consistente en listados (que no rankings) de determinados aspectos dentro y fuera del mundo de la literatura. Si os atrae este nuevo formato, por favor, dejádmelo caer, valoro mucho las aportaciones.

CUATRO ASPECTOS QUE RARA VEZ ENCUENTRO EN RECIENTES NOVELAS Y QUE ECHO DE MENOS

Personajes con nombres o títulos pomposos
Quedaron atrás las introducciones precedidas por fanfarrias, redobles de tambores y solos de corneta; en el mundo fantástico de la literatura los títulos referentes a los personajes han dejado de tener importancia. Ojalá sucediera lo mismo en nuestra sociedad actual, ¿verdad?
Aragorn y los hobbits según los hermanos Hildebrant.
Ante usted se presenta David Oyola, primero de su nombre, graduado en Maestro de Educación Primaria, poseedor del CAE, Corrector Profesional, autor de la novela Paradoja, de parte de un amigo, Monitor de Tiempo Libre, educador de almas perdidas y amigo de sus amigos.
Últimamente los personajes aparecen ante nosotros con un nombre o un apodo, y si el autor se encontraba inspirado, un apellido. Dejadme destacar a uno de los precursores y maestros en el arte de conceder títulos a sus personajes como es Tolkien. Os dejo con un par de presentaciones típicas del autor para mostraros de qué estoy hablando.
‹‹Fëanor, hijo mayor de Finwë, primer caudillo de los Noldor, hermanastro de Fingolfin, hacedor de los Silmarils, líder de los Noldor que se rebelaron contra los Valar››.
Aunque la más popular es: ‹‹Aragorn, hijo de Arathorn, heredero de Isildur, señor de los Dunedain, verdadero heredero del trono de Gondor, apodado Trancos, Capitán de los Montaraces del Norte››.
Y cómo olvidarse de una de las más amadas presentaciones en Poniente: ‹‹Daenerys de la Tormenta, de la casa Targaryen, Khaleesi de los Dothraki, reina de los Ándalos, Rhoynar y los primeros hombres, Señora de los Siete Reinos y protectora del reino, la madre de dragones, la que no arde, rompedora de cadenas y liberadora de esclavos››. R. R. Martin es uno de los pocos que mantienen viva esta casi olvidada pero majestuosa costumbre.

¡Pardiez!, ¡rediós!, insultos refinados y otras formas de maldecir
Desde la televisión hasta internet, ese refugio donde algunos nos cobijábamos en busca de material de calidad que nos ayudara a obviar la cruda realidad, numerosos medios sufren hoy en día el yugo de la censura. La literatura no ha sido un campo que haya salido indemne, aunque en este caso la medida es tomada por los mismos autores, con vistas a recibir una mejor acogida cuando su obra salga al mercado.
Yo, personalmente, soy partidario de recuperar el arte del insulto, que no el insulto per se. Insultar parcamente resulta soez, pero insultar con ingenio es un arte.
¿Qué me decís del insulto del coronel a su ayudante Švejk en la magistral obra de Jaroslav Hašek, Las aventuras del buen soldado Švejk? Se lee: ‹‹Usted es un estúpido sofisticado o un imbécil total››.
O un extracto de una de las mejores novelas jamás escritas, Baudolino, de la mano del maestro y difunto Umberto Eco: ‹‹Que eres un cirolas se ve de tan lejos que no basta una jornada a pie››.

Escenas sexuales de inmersión
Primeramente, cabe especificar que no hago referencia a libros basura (sí, también existe la basura lejos de la televisión y de los pisos de estudiantes) como los libros de sombras, cuyo nombre me niego a pronunciar por respeto al mundo de la literatura. Hago referencia a las escenas sexuales incluidas en cualquier tipo de novela dentro de la narrativa y que no crean su argumento en torno a las mismas.
No voy a entrar en mucho detalle porque aún nos situamos en horario infantil, pero de veras que si alguna o alguno encontráis una correcta narración de una escena sexual, no dudéis en restregármela por mis narices. En mi novela incluí una escena sexual algo peculiar y que os reto a que echéis un vistazo, si os pica la curiosidad.  

Diálogos que huyan del protocolo
¿Soy el único que encuentra forzadas las conversaciones entre personajes en numerosas novelas? Mi sensación, cuando leo uno de estos tediosos diálogos, es la de contemplar a dos pésimos actores que no se han aprendido el guión y cuyas líneas están siendo chivadas por un apuntador.
Además, ¿cuándo se le ha cogido miedo a huir de lo mundano o de lo corriente? Rara vez encuentro perlas como la que os voy a mostrar a continuación, extraída del anteriormente mencionado libro de Jaroslav, Las aventuras del buen soldado Švejk (me lo leéis).  
‹‹-Aurea prima satas test aetas, quae vindice nullo… No me sé más –dijo-, écheme. ¿Por qué no me quiere expulsar? No me haré daño. Quiero caerme sobre la nariz –declaró con voz decidida-. Señor –continuó en tono suplicante-, estimado amigo, endóseme una bofetada.
-¿Una o más? –preguntó Švejk.
-Dos. Aquí…
El capellán contaba en voz alta las bofetadas que recibía y ponía cara de felicidad.
-Esto me hace mucho bien –dijo-. Es saludable para el estómago, ayuda a digerir. Y ahora deme un puñetazo en la cara. Se lo agradezco de todo corazón –exclamó cuando Švejk le concedió s deseo-, estoy satisfecho. Rómpame el chaleco, por favor.
Manifestaba los deseos más variados. […] Después se puso a hablar sobre las carreras de caballos y a continuación pasó al ballet, tema que tampoco le llevó demasiado tiempo.
-¿Sabe bailar el czardas? –preguntó a Švejk-. ¿Conoce el baile del oso? Es así…
Quería dar un salto, pero cayó encima de Švejk […].
-¿Qué día es hoy, lunes o viernes?
También tenía curiosidad por saber si era diciembre o junio y demostró una gran capacidad para formular toda clase de preguntas:
-¿Está casado? ¿Le gusta el gorgonzola? ¿Tuvo piojos de pequeño? ¿Está bien? Y su perro, ¿ha estado enfermo?››.

¿Estáis de acuerdo conmigo? Dialoguemos con calidad. Dejadme un comentario en la sección o en cualquier otra red social y lo debatimos.

lunes, 5 de diciembre de 2016

Próxima estación: Avenida de la Inocencia



Como ya sabéis, o probablemente no porque no hablo mucho de mi persona, dado que prefiero mantener este halo de misterio, cojo el metro a menudo en esta mi misteriosa vida personal. Soy lo que se conoce como pro transporte público, pro reciclaje, pro consumo responsable, pro filáctico. La cuestión es que en los vagones se desarrollan historias de todo tipo, disparatadas, absurdas, interesantes, tristes y toda la sarta de objetivos que se os ocurran; historias de las que yo soy testigo y que creo que merecen la pena ser contadas.
Así, con mi peculiar estilo, voy a dedicarme a narraros una serie de historietas que han sucedido en mis diversos viajes en metro. A esta serie de entradas la titularé Historias del Metro. ¿Por qué? Porque son historias que suceden en el metro de Madrid y porque hoy no estoy inspirado. Es broma, sí que estoy inspirado.

Próxima estación: Avenida de la Inocencia, correspondencia con Línea 091
Las gotas de lluvia impactaban contra el cristal de la ventana de su habitación con fiereza, como si una veintena de pájaros carboneros estuviera picoteando el vidrio desacompasadamente. Llegaba tarde a su cita, como de costumbre, no tenía tiempo de buscar un paraguas entre la maraña de abrigos y complementos que albergaba su armario; en aquel momento lamentaba tener un exquisito gusto por la moda y no ser de los que se guiaban por el lema de “los vaqueros van con todo”.
Pero David estaba dispuesto a arriesgar. Así, agarró su gorro de lana, aquel que le daba apariencia de un apuesto adicto a la metanfetamina, se calzó unas deportivas y salió de su casa como alma que lleva el viento. Sus piernas se movían con la agilidad de un atleta jamaicano, las calles de Madrid eran su pista de atletismo. Calado hasta los huesos, el joven corredor llegó a la boca de Metro, donde halló refugio y pudo escurrir su ahora empapado gorro de lana.
Sin dudar, tomó el tren rumbo a Atocha, donde tenía previsto asistir a un seminario sobre las propiedades balsámicas de las flemas. No fue hasta pasadas unas paradas cuando un acontecimiento lo llevó a desviar su atención de la pantalla de su teléfono móvil.
Enfundada en un uniforme escolar, una tímida niña de apenas ocho años permanecía sentada en uno de los asientos. Sus piernas balanceaban en el borde mientras compartía los hechos más destacados de su día de colegio con su madre. De pronto, el vagón se detuvo, dando lugar al típico intercambio de pasajeros. Entre ellos se hallaba un encorvado anciano que parecía estar arañando sus últimos días de vida. Inmediatamente, este hombre captó la atención de la niña, quien sin vacilar le cedió el asiento al anciano. Todos los presentes sonreían con ternura ante el hermoso gesto que acababa de tener alguien tan joven.
Tal historia sería perfecta para un cortometraje de Pixar, si no fuera porque acto seguido el débil anciano le ofreció a la niña enseñarle su colección de juguetes, conservada en su casa, probablemente sin ventanas. Sería una historia navideña de no ser por el hecho de que el anciano confesó sentirse muy solo entre sus cuatro paredes y desear algo de compañía. Podría haber concluido la historia si no fuese porque su madre agarró a la niña del brazo cuando el anciano fingió robarle la nariz y esconderla en el bolsillo del pantalón para después decirle a la joven que ella debía recuperarla con sus propias manos. Afortunadamente, la madre, en compañía de su hija, abandonó el vagón en la próxima estación, evitando así que aquel hombre le robara algo más que la nariz a su inocente hija.

viernes, 25 de noviembre de 2016

El caso del hombre que murió riendo, de Tarquin Hall



¿Qué?
Vish Puri, detective privado en la India, maestro del disfraz y un tragaldabas de comida picante, se encarga del peculiar caso de la extraña muerte de un conocido científico. El desafortunado doctor Suresh Jha falleció repentinamente cuando realizaba sus ejercicios matinales en el Club de la risa de Delhi.
Lidiando con supersticiosos que achacan la muerte a una diosa y con una serie de particulares personajes, Puri rastreará junto con su equipo salido de un cómic de Mortadelo y Filemón desde los más pobres suburbios a los clubes más selectos, y viajará de Delhi a la sagrada ciudad de Hardiwar, a orillas del Ganges.
¿Quién?
Tarquin Hall es un escritor y periodista británico con un estilo propio. Actualmente divide su tiempo entre Londres y Delhi tras haber trabajado en África, Asia, Oriente Medio y Estados Unidos.
¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Me pasas la sal?
De nuevo os traigo un libro del que probablemente jamás hayáis oído hablar. Ya avisé de que mi gusto es refinado como el vino de cartón. Esta vez estamos ante una comedia que apuesta por un humor más inteligente que bruto, lo cual mi cerebro, que se ha estado alimentando de vídeos de niños cayéndose de columpios durante parte de su vida, agradece exageradamente.
Divertido, interesante, entretenido, agradable y perfecto para acompañar con el café, pero dejemos de hablar de mí, hablemos del libro. Es una de las lecturas más rápidas y llevaderas que he tenido en mi vida, y no solo porque la trama atrape, sino por las risas que el autor llegó a sacarme.
Además del humor, Tarquin recurre a la cultura hindú y a los miembros de la sociedad de la India para meternos de lleno en el contexto. No soy un gran fan de las novelas policíacas o detectivescas, pero he de decir que el estilo de esta novela en particular ha hecho que extienda mis horizontes. La obra no se rige por el típico esquema de investigación de un asesinato, rompe con este estereotipo tan trillado, lo que yo, atraído por la originalidad, valoro muchísimo.
Os la recomiendo sinceramente, especialmente por el hecho de que probablemente nunca hayáis leído alguna novela parecida, pues el estilo del autor es bastante único. Os aconsejo echarle un ojo, os prometo que os gustará, y si no es así… bueno, ya sabéis dónde encontrarme.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Desmontando mitos



El otro día en el parque, jugando a la pelota, una niña decía que era Juana la Loca, yo le dije que no, ella se puso furiosa. Yeah! David is in the house!
Tras años de experiencia, aún soy incapaz de romper el hielo de manera estándar, de a pie. Esta vez he tenido que hacer uso de una pegadiza cantinela que puede entonarse saltando a la comba, jugando a la rayuela o como tonadilla introductoria a la llegada de Freddy (el que tuvo un problema de acné en la adolescencia).

Hoy vengo a hablaros de una serie de falsos mitos que circulan por algunas redes sociales.Quizá debería haber usado esto como introducción.
Al primero de ellos lo he bautizado como el mito del caballo, una creencia que lamentablemente sigue estando muy difundida y aceptada por determinaos sectores de la sociedad actual. Se trata de creer que una chica puede romperse el himen montando a caballo.
Indagando en la cultura de facebook, tras obviar las entradas sobre la llegada del apocalipsis con la victoria de Trump y los vídeos sobre “¡mira lo que sabe hacer mi gato!”, llegué al pozo poso de sabiduría de la red, a los grumos, a los restos que uno no le daría de comer ni al perro. Encontré testimonios de chicas que se habían dado de baja de sus lecciones de hípica por precaución.
Obviamente, esto es un bulo. No es por ello por lo que dejaron de incluir al tiovivo en las ferias, no colgaron en ellos un cartel que rezaba “X días sin un himen roto”. Terapeutas, preparaos para escuchar de boca de vuestros clientes pacientes la confesión: “perdí la virginidad con un caballo”.
Sarcasmo a un lado. En realidad sí es posible perder el himen con un caballo. Claro que tiene que ser el caballo quien te monte a ti y no a la inversa. 
Realmente, el himen es una membrana bastante delgada y frágil, por tanto sí que puede ser lacerada mediante el ejercicio físico, aunque depende de cuán elástico sea. 
A continuación os dejaré un listado de falsas creencias para que así pasemos página de una vez:

  • Si te tocas puedes quedarte ciego (varones). Tan solo si te apuntas directamente a la cara. Aquí es aplicable la regla de oro que dice que jamás debe mirarse por el cañón de un rifle defectuoso; todos hemos visto los Looney Tunes y sabemos lo que sucede.

  • En uno de los extremos del arco iris hay un leprechaun bebiendo Guinness y bailando alrededor de un caldero repleto de monedas de oro. Esto tan solo sucede en Irlanda y en tu cabeza cuando tragas Listerine.

  • No se considera infidelidad si los componentes de la pareja se encuentran en diferentes comunidades autónomas. Esto lo aprendí por experiencia.

Esto es todo por ahora. Espero haberos solucionado alguna duda, o al menos haberos entretenido. Si os ha gustado, comentádmelo, y desmontaré más historias como estas, propias de los programas de televisión donde se presenta gente que dice haber visto a Jesús en una tortilla francesa. 

P.D.: ¿Alguien ha pillado el juego de palabras del título de la entrada?

jueves, 17 de noviembre de 2016

Viviendo en perspectiva



Voy a presentarme.

La última vez que me inspiré estaba sentado en un banco, un domingo de madrugada, en un parque de Carabanchel. Solos yo y mi móvil, último recurso del escritor poco precavido que deja su libreta en casa.
Creo que esa es la mejor forma en que puedo presentarme: una persona solitaria, en un parque en penumbra, que mira la sociedad y piensa en silencio.
No puedo prometer un formato fijo ni un tema claro, pero sí entreteneros lo justo para que penséis en ello unos minutos.
Encantado de conoceros.

JTomé



Nunca había apreciado la importancia del momento adecuado hasta que no vi lo que pueden cambiar una experiencia las circunstancias en que la hagas.
Es una sensación extraña. Camino por el centro de Madrid como he hecho cientos de veces y, sin embargo, me siento incómodo. Hay algo que no encaja mientras abandono Sol en dirección a Atocha. Molesto por la sensación, decido abandonar mi camino habitual por una de las calles secundarias, solo para descubrir la causa de mi incomodidad unos metros más adelante: no hay gente.
Para una persona que no viva en Madrid o una ciudad similar puede resultar absurdo lo que acabo de decir pero es algo muy real. En el centro de Madrid suele  haber mucha gente, demasiada gente, en un día normal. Y todo el mundo tiene prisa.
Pasear por el centro en un fin de semana puede parecerse a ir a un centro comercial en pleno invierno a principios de mes. Avanzas abriéndote paso entre una masa de personas que corren en dirección a un bar, una parada de metro, una tienda… a cualquier destino. Todo sin dejar de gritar para intentar hablar entre los gritos del resto de gente que circula a tu alrededor. Dependiendo de la calle en la que te encuentres puede llegar a ser muy agobiante.
Y, sin embargo, yo estaba completamente solo en Ronda de Atocha. En un día cualquiera yo hubiera intentado llegar a Atocha lo antes posible huyendo de la masa que abarrota la calle en dirección al centro o a Kapital pero ese día me sentí empujado a detenerme, a caminar tranquilamente. Me sorprendí de encontrar tiendas en las que no había reparado, pese a hacer ese camino casi cada semana, cafeterías en las que casi me vi obligado a entrar a tomar un café mientras observaba por la cristalera a las pocas personas que se atrevían a desafiar al frío saliendo de sus casas. Por unas horas, pude ver todas esas calles como un barrio más, funcionando con el flujo de la actividad de sus vecinos a un ritmo tranquilo, en lugar de como un circuito infernal recorrido por cientos de personas aceleradas por querer salir de su rutina de toda la semana en las pocas horas en que se han propuesto disfrutar de su ocio.
La diferencia que existe entre visitar un sitio a las 10 de la mañana de un día cualquiera, cuando todo el mundo se encuentra trabajando, en el colegio, instituto o universidad, o hacerlo un sábado por la tarde, es abrumadora. Aporta una nueva perspectiva a escenarios corrientes que merece la pena disfrutar de vez en cuando.